martes, 19 de enero de 2021

LAS PESADILLAS DE SONAMBULOS NO SON LAS RECETAS QUE NECESITA EL MUNDO ACTUAL

 

EL NUEVO GOBIERNO DE ESTADOS UNIDOS PUEDE Y DEBE RESOLVER LA EMBARAZOSA SITUACIÓN EN QUE SE ENCUENTRA, PERO SU E STATUS DE ARBITRO UNICO DEL MUNDO SE AGOTÓ.

El periódico EL ESPECTADOR de enero 10 de 2021 dio amplia difusión a varios comentarios en editoriales y otros artículos, a los acontecimientos protagonizados por los fanáticos ultraderechistas que sustentan las políticas, decisiones y actuaciones de Donald Trump en el Congreso de los Estados Unidos, en el inmediatamente anterior 6 de enero. Entre todos estos comentarios, incluyó en su serie Pensadores, un artículo de Harold Hongju Koh, exdecano de (la U.) de Yale que, además ha sido exasesor legal (2009-2013) y subsecretario de Estado para la democracia, los Derechos Humanos y el Trabajo (1998-2001) en el Departamento de Estado de Estados Unidos, en el que le pide a Joe Biden un “Golpe de Timón” en la orientación política del país con la necesaria “recuperación del alma de la nación” norteamericana,  y al cual nos vamos a referir nosotros en nuestro comentario.

Para el propósito concreto de nuestro comentario, tomamos como referencia el artículo de este autor, puesto que se trata de la visión de un ciudadano norteamericano conocedor de los laberintos de la política, la burocracia y las instituciones de ese país y como operan, tanto en el quehacer cotidiano como en sus proyecciones a mediano y largo plazos.

Después de aludir a una serie de posiciones, actitudes y torpezas de Mr. Trump suficientemente conocidas a nivel mundial, como las de su actuar político caótico y desordenado, cinismo, hábito de mentir y conducta conspirativa; su desconcertante actitud despectiva del conocimiento científico, del saber especializado de los expertos, y su grosero manejo de las relaciones internacionales, según el autor, condujo a “un horroroso desplome de la tradicional reputación de competencia estadounidense”, destruyó el liderazgo de Estados Unidos en “las instituciones multilaterales”. Pero lo más grave que evidenció en el momento en que el Congreso confirmaba el triunfo electoral de Joe Biden, fue su atropello a “los valores y las instituciones que sustentan el Estado de derecho”, entre las que se cuentan “las elecciones libres y justas, la transferencia pacífica del poder, la independencia del poder judicial y de los empleados públicos, la ausencia de acciones legales debidas a intereses políticos, la independencia de los medios de comunicación y la protección de las minorías raciales, religiosas y sexuales”. A todo lo anterior se agregó la falta de respeto por el derecho internacional, de los aliados y de los inversionistas extranjeros.

Para remediar semejantes desafueros las recomendaciones al nuevo presidente son, entre otras, emprender cambios en las consideraciones más importantes que caracterizan la situación del momento: … “económicas por el problema de la desigualdad; …culturales relacionadas con la incorporación de la diversidad y la inclusión en un momento de creciente polarización política, y… mundiales que surgen de la necesidad de cooperar en el plano internacional en una época de agresivo nacionalismo de suma cero”; “recuperar el alma de la nación”; y en esa dirección, dar respuesta a las prioridades más urgentes, entre las que se cuentan: el reingreso al acuerdo climático de París, a la Organización Mundial de la Salud y al pacto nuclear con Irán con alguna modificación. Aboga por recuperar la participación de Estados Unidos en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, la Unesco y el tratado de Comercio de Armas; eliminar las sanciones punitivas a funcionarios del Tribunal Penal Internacional y el veto a los jueces nombrados por el órgano de apelación de la Organización Mundial del Comercio. Urge a que Biden haga presencia con prontitud en los diferentes conflictos internacionales en los cuales Rusia y China vienen avanzando y ganando terreno debido a las equivocadas actuaciones de Trump, e insiste en pasar de los acuerdos y tratados tradicionales a mecanismos más sencillos y operativos que ya se están usando en la actualidad para avanzar en respuestas rápidas a necesidades urgentes.

De manera especial propone que, en el propósito de recuperar la confianza y la imagen del Congreso, Biden, la presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, y el líder de la mayoría en el Senado Mitch McConnell, realicen un proceso de trabajo conjunto, como ya se está haciendo en otras áreas para darle toda la celeridad que la situación nacional e internacional de los Estados Unidos exige.

A pesar de que la lista de temas, situaciones y conflictos que el nuevo gobierno de Estado Unidos debe resolver, según el autor, es bastante larga y compleja, sin incluir todos los que señala, para abreviar resumimos en las siguientes conclusiones:

1)    Mr. Harold simplemente está proponiendo y solicitando que Biden haga lo que Mr. Trump debió hacer bien. Es decir, que corrija las “chantrumpadas” (chambonadas de Trump).

2)    Todos los temas, situaciones y conflictos, tanto internos como externos que, Mr. Harold reclama que el nuevo gobierno resuelva, no van más allá de lo que ha sido y es el actuar cotidiano y en las proyecciones de futuro del gobierno y las instituciones de una superpotencia imperialista, que al menos durante la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI, manejó a su antojo los asuntos internacionales.

3)    El autor reclama con urgencia que el nuevo gobierno de “el golpe de timón” y “recupere el alma de la nación” norteamericana, corrigiendo las desastrosas actuaciones de Trump en la política doméstica de Estado Unidos, objetivos inmediatos logrables solo en la medida en que recomponga las relaciones bipartidistas bajo el respeto del Estado de derecho y las instituciones, y que retome la presencia en los conflictos internacionales “para guiar al mundo en la solución de los problemas globales en línea con el Estado de derecho” y con la política de cooperación con los aliados.

4)    Algo que nos llama poderosamente la atención es que, tanto en sus opiniones sobre el tratamiento de la pandemia, como de los desastrosos resultados en el manejo de la política nacional y de los asuntos internacionales, el autor no se sale del recurso polémico poco inteligente y de uso muy frecuente consistente en la personificación de los culpables, el cual permite eludir el análisis, sobre todo, del movimiento real de la economía global y de las causas que determinan el comportamiento de las fuerzas políticas y de las personas.

Desde nuestro punto de vista, el análisis de las anteriores conclusiones, que es lo más importante y en lo que debemos centrar nuestra atención, nos permite plantear, al menos otros problemas clave que Mr. Harold elude.

Sencillamente Mr. Harold Hongju Koh, en su recorrido por todos estos avatares de la política norteamericana, sueña, y no precisamente en forma plácida, dulce y con final feliz, sino en forma de pesadilla, puesto que lo que allí está proponiendo y reclama, es que Estados Unidos vuelva al dominio de superpotencia única que asumió una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo, a su hegemonía unipolar de la última década del siglo XX y primera del XXI. Esta época terminó, y talvez nunca vuelva para Estados Unidos. En los asuntos domésticos, el autor cree que el nuevo gobierno puede recomponer la mítica “estabilidad política bipartidista” y que ésta seguirá de largo, indefinidamente. Esto es simplemente reemplazar el análisis de las causas de la crisis de la economía y la sociedad norteamericanas por fantasías sonambulescas.

Mencionaremos algunas de esas causas, teniendo en cuenta que aquí no podemos extendernos a un análisis más amplio de las mismas. Por ejemplo: la gigantesca campaña anti-comunista mundial desatada una vez terminada la Segunda Guerra Mundial creando bases militares para hacer presencia en todo el mundo, incluida la cortina alrededor de la Unión Soviética entre 1945 y 1953; el posterior despliegue armamentístico para disputarse la hegemonía mundial con la otra superpotencia del capitalismo restaurado en Rusia con su tristemente célebre “guerra fría”, con sus permanentes chantajes y amenazas de guerra nuclear;  su desastrosa intervención en conflictos políticos internos de otros países y pueblos como en Corea y Viet Nam; su imposición en la política económica y monetaria internacional el cambio de la divisa-oro por la divisa-dólar en los años 70 del siglo XX, con lo cual podía acentuar y profundizar el control de la economía mundial a través del BM y del FMI; su imposición de la política del libre comercio o neoliberalismo, como lo denominamos comúnmente, en alianza con su abuela materna, Inglaterra, acompañada de su famosa Revolución (¿o contra-revolución?) Tecnocientífica, y cuyos resultados comprobados y comprobables no son sino el incremento, agravamiento y profundización de la centralización y concentración más escandalosa de la riqueza en un polo y el crecimiento de la pobreza en el otro. En la actualidad, la clase obrera, la clase media en todos sus estratos, y en general el pueblo norteamericano, son más explotados y pobres que en ninguna otra época.

Y todos estos hechos que han demandado actuaciones, las cuales han puesto completamente al descubierto el despotismo del gran capital, su prepotencia y arrogancia, no las produjo ni las hizo Mr. Trump, si bien él puede haberse beneficiado, sobre todo, de las políticas neoliberales, y con esto no es que estemos exonerándolo de responsabilidades, particularmente en los últimos acontecimientos. Mr. Trump no es más que un producto de esa crisis que se ha gestado desde años atrás; lo que él ha hecho es ponerse a la cabeza de unas fuerzas sociales y políticas que están actuando de manera reaccionaria y extremista, frente a un hecho objetivo: la crisis económica, política, social, cultural y moral de una sociedad que gozó por largos años de los beneficios que le produjo el despojo de los resultados del trabajo y las riquezas de otros pueblos, que no conoció las tragedias que vivió Europa por las guerras, ni las miserias de los pueblos de Asía, África, América Latina y Oceanía. Muy bien sabemos y debemos saber que son las grandes corporaciones financieras, los gigantescos monopolios y oligopolios, la élite del capital norteamericano (trans - multinacionales, como se los denomina ahora), las que han movido, mueven y financian a los grupos del Ku Klux Klan, de neo – nazi - fascistas, a grupos religiosos y políticos y por medio de éstos, a amplios sectores de la clase obrera y de otros sectores sociales, condenados al desempleo, a la informalidad y a la extrema pobreza por el gran capital y su política neoliberal, fanatizados todos y movilizados para darle el triunfo a Trump, contra un supuesto “socialismo” que les traerá Biden en alianza con el “Castro-chavismo” y a protagonizar los acontecimientos del Congreso.

En la política exterior, volver … a “guiar al mundo en la solución de los problemas globales en línea con el Estado de derecho” es aún menos probable. A Estados Unidos le toca ahora forzosamente “comer de su propio cocinado”, como dice un proverbio colombiano. Antes y después de 1953, hizo todo lo que estuvo a su alcance para promover, instigar, intervenir y ayudar a los conspiradores dentro y fuera del Partido Comunista (b) de la Unión Soviética para que destruyeran lo que la lucha había permitido construir del Sistema Socialista y RESTAURARAN el capitalismo, creyendo que la nueva burguesía rusa se sometería dócilmente a sus dictados; con sus variantes correspondientes, en China hizo lo mismo. Pero las burguesías respectivas de estos países emprendieron su propio camino. Rusia fue convertida en superpotencia imperialista deseosa de expandirse en cruenta lucha con la otra superpotencia norteamericana y disputarse la hegemonía mundial, desatando la llamada “guerra fría”; luego China le abrió las puertas a las inversiones norteamericanas, echó a la basura lo poco que había construido de socialismo y desarrolló su programa de modernización capitalista, convirtiéndose también, en otra gran potencia capitalista, igualmente interesada en ampliar mercados e influencia en el mundo. Actualmente estas dos grandes potencias, recuperada la una y en acelerado ascenso la otra, han conformado un poderoso bloque imperialista con todas las posibilidades de disputarle a los Estados Unidos en decadencia, el dominio del mundo en todos los terrenos: económico, político y financiero; en lo militar y tecnológico, y en el manejo táctico y estratégico de los asuntos internacionales que, en el momento actual, son muy sensibles.

La Rusia del reformista Gorbachov que colapso en 1989 y la China de Kissinger, intimo compinche de Mao Tse Dong, ya son adornos de museo y los aliados tradicionales de Estados Unidos ya no están tan seguros de poder continuar bajo su paraguas. Este nuevo bloque imperialista ha avanzado mucho recientemente haciendo presencia en todo el mundo. Como todo proyecto imperialista, sus aspiraciones y propósitos son los del dominio del mundo; por tanto, creer que este bloque permitirá que Estados Unidos vulva a imponer todo a su antojo, es, igual que en el escenario interno que hemos visto, otra ilusión, otra pesadilla de sonámbulo que se levanta dormido y echa a andar sin saber para donde va.

Y por último su principal propuesta y recomendación al nuevo gobierno de “recuperar el alma de la nación” norteamericana, en apariencia la más brillante, tampoco contiene más realismo que las anteriores. Y ¿cuál es esa “alma de la nación” norteamericana? ¿En qué o en quienes se fundamenta esa “alma de la nación”? ¿Acaso está fundamentada en la tradición ancestral de las comunidades nativas que fueron diezmadas durante la conquista y después de ella, y recluidas en las Reservas? ¿O en las comunidades afrodescendientes, que si bien fueron liberadas de la esclavitud, aún padecen la discriminación racial? ¿O en las comunidades migrantes europeas, principalmente irlandeses que colonizaron el Norte en la modalidad de granjeros, apabullados hoy por las grandes corporaciones agroindustriales y que constituyeron, sobre todo en el siglo XIX y parte del XX, la fuerza social y política más democrática? ¿O estaría fundamentada en los esclavistas del Sur que a fuerza de las armas tuvieron que ser compelidos a someterse a una institucionalidad y a una normatividad comunes? ¿O serían acaso los colonizadores del Oeste que ya sabemos muy bien como lo colonizaron? ¿O algo tendrían que ver en la conformación de esa “alma de la nación” los migrantes latinoamericanos? ¿O la fundamentación de esa “alma de la nación” hay que perfilarla hoy en los actores de las gigantescas movilizaciones contra el racismo, el autoritarismo y los grupos neo-nazi-fascistas?

En el brumoso horizonte social, político, cultural y moral del mundo actual y particularmente de los Estados Unidos lo único claro para nosotros, es que esa supuesta solidez inconmovible de las instituciones y de la democracia bipartidista de Estados Unidos, van en declive en pleno resquebrajamiento; en el interior la caldera de la lucha de clases hierve y los conflictos políticos se hacen cada vez más amenazadores; la devastadora centralización y concentración de la riqueza en la plutocracia imperial con su dolarización fraudulenta caminan irremisiblemente hacia su hundimiento, hacia el ocaso. Pero en el otro lado del horizonte se perfila la nueva sociedad norteamericana, esa nueva “alma de la nación”. Desde nuestro punto de vista, eso fue lo que se anunciaron las gigantescas movilizaciones contra el racismo, el autoritarismo y los grupos neo – nazi -fascistas de 2020. Por eso, esos grandiosos acontecimientos de la clase obrera y del pueblo norteamericanos, nos han llenado de regocijo y alegría, los hemos apoyado y los apoyaremos. Aunque hasta ahora carezcan de una sólida orientación por parte de una organización política fuerte que les dé continuidad, estabilidad y mayor fortaleza, esta vendrá con el esfuerzo de los luchadores, con su trabajo de racionalización, evaluación permanente y crítica constante para mejorar todo el trabajo de organización, movilización, lucha y desarrollo de la conciencia política para poder actuar más efectivamente.

A nuestro modesto entender, de lo que sí estamos seguros es que, desde el inicio de la constitución del Estado nacional en Norteamérica, uno de los componentes fundamentales fue y es hoy el capital, es decir, las relaciones de producción capitalistas, entre otras cosas, porque muy buena parte del territorio norteamericano de hoy, fue comprada y otra muy buena parte, arrebatada a México. Entones, ¿de qué “alma de la nación” es que se habla? ¿Del “alma nacional” de las gigantescas corporaciones financieras (petroleros, fabricantes de armas, automotores, generadores de energía, fabricantes de electrodomésticos, de alimentos, etc.), ¿de los novísimos gigantes surgidos de la cibernética, la tecnología digital y la informática, del Departamento de Estado, de la CIA, del Pentágono, de las Fuerzas Armadas norteamericanas de invasión? ¿De las instituciones financieras multilaterales BM, FMI, OMC y Tratados multilaterales político-militares, OTAN y otros? No nos cabe ni nos puede caber duda alguna que, de acuerdo a esto, “el alma de la nación” norteamericana HA SIDO Y ES EL DÓLAR, y para que éste continúe fluyendo en abundancia a Norteamérica, hay que “hacer presencia en el mundo entero”, en la forma como lo ha venido haciendo. La cooperación con los aliados de la que tanto se habla es con los que todavía le quedan en América Latina, con Israel y Arabia Saudita en Medio Oriente, Inglaterra en Europa, y los que aún le quedan en Asia, África y Oceanía. “Recomponer las relaciones bipartidistas internas y las relaciones internacionales” y volver a “guiar al mundo en la solución de los conflictos en línea con el Estado de derecho”, no tiene ni puede tener otro sentido.   

 

 

Especial para FARO SOCIAL.

MARINO AUSECHA CERON.

Popayán, enero 19 de 2021.    

EL “PETARDO” LANZADO POR GUSTAVO PETRO

      EL “PETARDO” LANZADO POR GUSTAVO PETRO El “petardo” lanzado por el Presidente Gustavo Petro el 15 de marzo, en las horas de la ...