EL NUEVO
GOBIERNO DE ESTADOS UNIDOS PUEDE Y DEBE RESOLVER LA EMBARAZOSA SITUACIÓN EN QUE
SE ENCUENTRA, PERO SU E STATUS DE ARBITRO UNICO DEL MUNDO SE AGOTÓ.
El periódico EL ESPECTADOR de enero 10 de 2021 dio amplia
difusión a varios comentarios en editoriales y otros artículos, a los
acontecimientos protagonizados por los fanáticos ultraderechistas que sustentan
las políticas, decisiones y actuaciones de Donald Trump en el Congreso de los
Estados Unidos, en el inmediatamente anterior 6 de enero. Entre todos estos
comentarios, incluyó en su serie Pensadores, un artículo de Harold Hongju Koh,
exdecano de (la U.) de Yale que, además ha sido exasesor legal (2009-2013) y
subsecretario de Estado para la democracia, los Derechos Humanos y el Trabajo
(1998-2001) en el Departamento de Estado de Estados Unidos, en el que le pide a
Joe Biden un “Golpe de Timón” en la orientación política del país con la
necesaria “recuperación del alma de la nación” norteamericana, y al cual nos vamos a referir nosotros en
nuestro comentario.
Para el propósito concreto de nuestro comentario, tomamos
como referencia el artículo de este autor, puesto que se trata de la visión de
un ciudadano norteamericano conocedor de los laberintos de la política, la
burocracia y las instituciones de ese país y como operan, tanto en el quehacer
cotidiano como en sus proyecciones a mediano y largo plazos.
Después de aludir a una serie de posiciones, actitudes y
torpezas de Mr. Trump suficientemente conocidas a nivel mundial, como las de su
actuar político caótico y desordenado, cinismo, hábito de mentir y conducta
conspirativa; su desconcertante actitud despectiva del conocimiento científico,
del saber especializado de los expertos, y su grosero manejo de las relaciones
internacionales, según el autor, condujo a “un horroroso desplome de la
tradicional reputación de competencia estadounidense”, destruyó el liderazgo de
Estados Unidos en “las instituciones multilaterales”. Pero lo más grave que
evidenció en el momento en que el Congreso confirmaba el triunfo electoral de
Joe Biden, fue su atropello a “los valores y las instituciones que sustentan el
Estado de derecho”, entre las que se cuentan “las elecciones libres y justas,
la transferencia pacífica del poder, la independencia del poder judicial y de
los empleados públicos, la ausencia de acciones legales debidas a intereses
políticos, la independencia de los medios de comunicación y la protección de
las minorías raciales, religiosas y sexuales”. A todo lo anterior se agregó la
falta de respeto por el derecho internacional, de los aliados y de los
inversionistas extranjeros.
Para remediar semejantes desafueros las recomendaciones
al nuevo presidente son, entre otras, emprender cambios en las consideraciones
más importantes que caracterizan la situación del momento: … “económicas por el
problema de la desigualdad; …culturales relacionadas con la incorporación de la
diversidad y la inclusión en un momento de creciente polarización política, y…
mundiales que surgen de la necesidad de cooperar en el plano internacional en
una época de agresivo nacionalismo de suma cero”; “recuperar el alma de la
nación”; y en esa dirección, dar respuesta a las prioridades más urgentes,
entre las que se cuentan: el reingreso al acuerdo climático de París, a la
Organización Mundial de la Salud y al pacto nuclear con Irán con alguna
modificación. Aboga por recuperar la participación de Estados Unidos en el
Consejo de Derechos Humanos de la ONU, la Unesco y el tratado de Comercio de
Armas; eliminar las sanciones punitivas a funcionarios del Tribunal Penal
Internacional y el veto a los jueces nombrados por el órgano de apelación de la
Organización Mundial del Comercio. Urge a que Biden haga presencia con
prontitud en los diferentes conflictos internacionales en los cuales Rusia y
China vienen avanzando y ganando terreno debido a las equivocadas actuaciones
de Trump, e insiste en pasar de los acuerdos y tratados tradicionales a
mecanismos más sencillos y operativos que ya se están usando en la actualidad
para avanzar en respuestas rápidas a necesidades urgentes.
De manera especial propone que, en el propósito de
recuperar la confianza y la imagen del Congreso, Biden, la presidenta de la
Cámara, Nancy Pelosi, y el líder de la mayoría en el Senado Mitch McConnell,
realicen un proceso de trabajo conjunto, como ya se está haciendo en otras
áreas para darle toda la celeridad que la situación nacional e internacional de
los Estados Unidos exige.
A pesar de que la lista de temas, situaciones y
conflictos que el nuevo gobierno de Estado Unidos debe resolver, según el
autor, es bastante larga y compleja, sin incluir todos los que señala, para
abreviar resumimos en las siguientes conclusiones:
1) Mr. Harold simplemente está proponiendo y solicitando que
Biden haga lo que Mr. Trump debió hacer bien. Es decir, que corrija las
“chantrumpadas” (chambonadas de Trump).
2) Todos los temas, situaciones y conflictos, tanto internos
como externos que, Mr. Harold reclama que el nuevo gobierno resuelva, no van
más allá de lo que ha sido y es el actuar cotidiano y en las proyecciones de
futuro del gobierno y las instituciones de una superpotencia imperialista, que
al menos durante la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI,
manejó a su antojo los asuntos internacionales.
3) El autor reclama con urgencia que el nuevo gobierno de
“el golpe de timón” y “recupere el alma de la nación” norteamericana,
corrigiendo las desastrosas actuaciones de Trump en la política doméstica de
Estado Unidos, objetivos inmediatos logrables solo en la medida en que
recomponga las relaciones bipartidistas bajo el respeto del Estado de derecho y
las instituciones, y que retome la presencia en los conflictos internacionales
“para guiar al mundo en la solución de los problemas globales en línea con el
Estado de derecho” y con la política de cooperación con los aliados.
4) Algo que nos llama poderosamente la atención es que,
tanto en sus opiniones sobre el tratamiento de la pandemia, como de los desastrosos
resultados en el manejo de la política nacional y de los asuntos
internacionales, el autor no se sale del recurso polémico poco inteligente y de
uso muy frecuente consistente en la personificación de los culpables, el cual
permite eludir el análisis, sobre todo, del movimiento real de la economía
global y de las causas que determinan el comportamiento de las fuerzas
políticas y de las personas.
Desde nuestro punto de vista, el análisis de las
anteriores conclusiones, que es lo más importante y en lo que debemos centrar
nuestra atención, nos permite plantear, al menos otros problemas clave que Mr.
Harold elude.
Sencillamente Mr. Harold Hongju Koh, en su recorrido por
todos estos avatares de la política norteamericana, sueña, y no precisamente en
forma plácida, dulce y con final feliz, sino en forma de pesadilla, puesto que
lo que allí está proponiendo y reclama, es que Estados Unidos vuelva al dominio
de superpotencia única que asumió una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, y
sobre todo, a su hegemonía unipolar de la última década del siglo XX y primera
del XXI. Esta época terminó, y talvez nunca vuelva para Estados Unidos. En los
asuntos domésticos, el autor cree que el nuevo gobierno puede recomponer la
mítica “estabilidad política bipartidista” y que ésta seguirá de largo,
indefinidamente. Esto es simplemente reemplazar el análisis de las causas de la
crisis de la economía y la sociedad norteamericanas por fantasías
sonambulescas.
Mencionaremos algunas de esas causas, teniendo en cuenta
que aquí no podemos extendernos a un análisis más amplio de las mismas. Por
ejemplo: la gigantesca campaña anti-comunista mundial desatada una vez
terminada la Segunda Guerra Mundial creando bases militares para hacer
presencia en todo el mundo, incluida la cortina alrededor de la Unión Soviética
entre 1945 y 1953; el posterior despliegue armamentístico para disputarse la
hegemonía mundial con la otra superpotencia del capitalismo restaurado en Rusia con su tristemente
célebre “guerra fría”, con sus permanentes chantajes y amenazas de guerra
nuclear; su desastrosa intervención en
conflictos políticos internos de otros países y pueblos como en Corea y Viet
Nam; su imposición en la política económica y monetaria internacional el cambio
de la divisa-oro por la divisa-dólar en los años 70 del siglo XX, con lo cual
podía acentuar y profundizar el control de la economía mundial a través del BM
y del FMI; su imposición de la política del libre comercio o neoliberalismo,
como lo denominamos comúnmente, en alianza con su abuela materna, Inglaterra,
acompañada de su famosa Revolución (¿o contra-revolución?) Tecnocientífica, y
cuyos resultados comprobados y comprobables no son sino el incremento, agravamiento
y profundización de la centralización y concentración más escandalosa de la
riqueza en un polo y el crecimiento de la pobreza en el otro. En la actualidad,
la clase obrera, la clase media en todos sus estratos, y en general el pueblo
norteamericano, son más explotados y pobres que en ninguna otra época.
Y todos estos hechos que han demandado actuaciones, las
cuales han puesto completamente al descubierto el despotismo del gran capital,
su prepotencia y arrogancia, no las produjo ni las hizo Mr. Trump, si bien él
puede haberse beneficiado, sobre todo, de las políticas neoliberales, y con
esto no es que estemos exonerándolo de responsabilidades, particularmente en
los últimos acontecimientos. Mr. Trump no es más que un producto de esa crisis
que se ha gestado desde años atrás; lo que él ha hecho es ponerse a la cabeza
de unas fuerzas sociales y políticas que están actuando de manera reaccionaria
y extremista, frente a un hecho objetivo: la crisis económica, política,
social, cultural y moral de una sociedad que gozó por largos años de los
beneficios que le produjo el despojo de los resultados del trabajo y las
riquezas de otros pueblos, que no conoció las tragedias que vivió Europa por
las guerras, ni las miserias de los pueblos de Asía, África, América Latina y
Oceanía. Muy bien sabemos y debemos saber que son las grandes corporaciones
financieras, los gigantescos monopolios y oligopolios, la élite del capital
norteamericano (trans - multinacionales, como se los denomina ahora), las que
han movido, mueven y financian a los grupos del Ku Klux Klan, de neo – nazi - fascistas,
a grupos religiosos y políticos y por medio de éstos, a amplios sectores de la
clase obrera y de otros sectores sociales, condenados al desempleo, a la
informalidad y a la extrema pobreza por el gran capital y su política
neoliberal, fanatizados todos y movilizados para darle el triunfo a Trump, contra
un supuesto “socialismo” que les traerá Biden en alianza con el
“Castro-chavismo” y a protagonizar los acontecimientos del Congreso.
En la política exterior, volver … a “guiar al mundo en la
solución de los problemas globales en línea con el Estado de derecho” es aún
menos probable. A Estados Unidos le toca ahora forzosamente “comer de su propio
cocinado”, como dice un proverbio colombiano. Antes y después de 1953, hizo
todo lo que estuvo a su alcance para promover, instigar, intervenir y ayudar a
los conspiradores dentro y fuera del Partido Comunista (b) de la Unión
Soviética para que destruyeran lo que la lucha había permitido construir del
Sistema Socialista y RESTAURARAN el capitalismo, creyendo que la nueva
burguesía rusa se sometería dócilmente a sus dictados; con sus variantes
correspondientes, en China hizo lo mismo. Pero las burguesías respectivas de
estos países emprendieron su propio camino. Rusia fue convertida en
superpotencia imperialista deseosa de expandirse en cruenta lucha con la otra
superpotencia norteamericana y disputarse la hegemonía mundial, desatando la
llamada “guerra fría”; luego China le abrió las puertas a las inversiones
norteamericanas, echó a la basura lo poco que había construido de socialismo y
desarrolló su programa de modernización capitalista, convirtiéndose también, en
otra gran potencia capitalista, igualmente interesada en ampliar mercados e
influencia en el mundo. Actualmente estas dos grandes potencias, recuperada la
una y en acelerado ascenso la otra, han conformado un poderoso bloque
imperialista con todas las posibilidades de disputarle a los Estados Unidos en
decadencia, el dominio del mundo en todos los terrenos: económico, político y
financiero; en lo militar y tecnológico, y en el manejo táctico y estratégico
de los asuntos internacionales que, en el momento actual, son muy sensibles.
La Rusia del reformista Gorbachov que colapso en 1989 y
la China de Kissinger, intimo compinche de Mao Tse Dong, ya son adornos de
museo y los aliados tradicionales de Estados Unidos ya no están tan seguros de
poder continuar bajo su paraguas. Este nuevo bloque imperialista ha avanzado
mucho recientemente haciendo presencia en todo el mundo. Como todo proyecto
imperialista, sus aspiraciones y propósitos son los del dominio del mundo; por
tanto, creer que este bloque permitirá que Estados Unidos vulva a imponer todo
a su antojo, es, igual que en el escenario interno que hemos visto, otra
ilusión, otra pesadilla de sonámbulo que se levanta dormido y echa a andar sin
saber para donde va.
Y por último su principal propuesta y recomendación al
nuevo gobierno de “recuperar el alma de la nación” norteamericana, en
apariencia la más brillante, tampoco contiene más realismo que las anteriores.
Y ¿cuál es esa “alma de la nación” norteamericana? ¿En qué o en quienes se
fundamenta esa “alma de la nación”? ¿Acaso está fundamentada en la tradición
ancestral de las comunidades nativas que fueron diezmadas durante la conquista
y después de ella, y recluidas en las Reservas? ¿O en las comunidades
afrodescendientes, que si bien fueron liberadas de la esclavitud, aún padecen
la discriminación racial? ¿O en las comunidades migrantes europeas, principalmente
irlandeses que colonizaron el Norte en la modalidad de granjeros, apabullados
hoy por las grandes corporaciones agroindustriales y que constituyeron, sobre
todo en el siglo XIX y parte del XX, la fuerza social y política más
democrática? ¿O estaría fundamentada en los esclavistas del Sur que a fuerza de
las armas tuvieron que ser compelidos a someterse a una institucionalidad y a
una normatividad comunes? ¿O serían acaso los colonizadores del Oeste que ya
sabemos muy bien como lo colonizaron? ¿O algo tendrían que ver en la
conformación de esa “alma de la nación” los migrantes latinoamericanos? ¿O la
fundamentación de esa “alma de la nación” hay que perfilarla hoy en los actores
de las gigantescas movilizaciones contra el racismo, el autoritarismo y los
grupos neo-nazi-fascistas?
En el brumoso horizonte social, político, cultural y
moral del mundo actual y particularmente de los Estados Unidos lo único claro
para nosotros, es que esa supuesta solidez inconmovible de las instituciones y
de la democracia bipartidista de Estados Unidos, van en declive en pleno
resquebrajamiento; en el interior la caldera de la lucha de clases hierve y los
conflictos políticos se hacen cada vez más amenazadores; la devastadora
centralización y concentración de la riqueza en la plutocracia imperial con su
dolarización fraudulenta caminan irremisiblemente hacia su hundimiento, hacia
el ocaso. Pero en el otro lado del horizonte se perfila la nueva sociedad
norteamericana, esa nueva “alma de la nación”. Desde nuestro punto de vista,
eso fue lo que se anunciaron las gigantescas movilizaciones contra el racismo,
el autoritarismo y los grupos neo – nazi -fascistas de 2020. Por eso, esos
grandiosos acontecimientos de la clase obrera y del pueblo norteamericanos, nos
han llenado de regocijo y alegría, los hemos apoyado y los apoyaremos. Aunque
hasta ahora carezcan de una sólida orientación por parte de una organización política
fuerte que les dé continuidad, estabilidad y mayor fortaleza, esta vendrá con
el esfuerzo de los luchadores, con su trabajo de racionalización, evaluación
permanente y crítica constante para mejorar todo el trabajo de organización,
movilización, lucha y desarrollo de la conciencia política para poder actuar
más efectivamente.
A nuestro modesto entender, de lo que sí estamos seguros
es que, desde el inicio de la constitución del Estado nacional en Norteamérica,
uno de los componentes fundamentales fue y es hoy el capital, es decir, las
relaciones de producción capitalistas, entre otras cosas, porque muy buena parte
del territorio norteamericano de hoy, fue comprada y otra muy buena parte,
arrebatada a México. Entones, ¿de qué “alma de la nación” es que se habla? ¿Del
“alma nacional” de las gigantescas corporaciones financieras (petroleros,
fabricantes de armas, automotores, generadores de energía, fabricantes de
electrodomésticos, de alimentos, etc.), ¿de los novísimos gigantes surgidos de
la cibernética, la tecnología digital y la informática, del Departamento de
Estado, de la CIA, del Pentágono, de las Fuerzas Armadas norteamericanas de
invasión? ¿De las instituciones financieras multilaterales BM, FMI, OMC y
Tratados multilaterales político-militares, OTAN y otros? No nos cabe ni nos
puede caber duda alguna que, de acuerdo a esto, “el alma de la nación” norteamericana
HA SIDO Y ES EL DÓLAR, y para que
éste continúe fluyendo en abundancia a Norteamérica, hay que “hacer presencia
en el mundo entero”, en la forma como lo ha venido haciendo. La cooperación con
los aliados de la que tanto se habla es con los que todavía le quedan en
América Latina, con Israel y Arabia Saudita en Medio Oriente, Inglaterra en
Europa, y los que aún le quedan en Asia, África y Oceanía. “Recomponer las
relaciones bipartidistas internas y las relaciones internacionales” y volver a
“guiar al mundo en la solución de los conflictos en línea con el Estado de
derecho”, no tiene ni puede tener otro sentido.
Especial para FARO SOCIAL.
MARINO
AUSECHA CERON.
Popayán, enero 19 de 2021.