miércoles, 31 de enero de 2024

DE NADA NOS SERVIRA CAMBIARLE EL NOMBRE...

DE NADA NOS SERVIRA CAMBIARLE EL NOBRE A LOS PROBLEMAS Y A LAS COSAS ESPERANDO RESOLVERLOS, SIN CAMBIAR LA REALIDAD QUE LOS PRODUCE 


POR ESO, NO PERDAMOS EL TIEMPO BUSCANDOLE PELOS A UNA BOTELLA DE VIDRIO, O EN EJERCICIOS INOCUOS DE CREER QUE CAMBIANDOLE EL NOMBRE A LOS PROBLEMAS, MILAGROSAMENTE DESAPARECERAN 


La confrontación entre los dos bloques imperialistas que se disputan el dominio mundial actualmente se agudiza, intensifica, agrava y agravará de manera irreversible. Todos los días y a toda hora lo estamos presenciando. Esta cruenta realidad que promueven los dos bloques imperialistas, los que de uno o de otro modo están involucrados a algún lado, y todos los que consciente o inconscientemente terminan apoyando al uno o al otro bando, pueden pintarla como quieran; pueden adornarla como les parezca, difamarla o adularla; pueden distorsionarla, tergiversarla y generar en torno a ella toda la confusión que puedan; pero lo que no pueden es ocultarla. Tampoco pueden impedir que la gente consciente, cada día vea con mayor claridad y comprenda que esta es una confrontación imperialista más, una guerra reaccionaria de rapiña por reparto de territorios, de recursos humanos, naturales, de mercados y de dominación mundial, ya no por una sola gran potencia, sino también por otras que han ido surgiendo, o se han recuperado. 

A semejante barbarie y brutalidad, los del bloque EE.UU.-Unión Europea-Japón y todos sus aliados, la han denominado “defensa de la civilización occidental”, “defensa del mundo libre” (tradúzcase defensa de los tratados de libre comercio o neoliberalismo), “defensa de la democracia de las tiranías y el terrorismo”. Cabe señalar que, este bloque viene en declive. EE.UU. ya no es la superpotencia que impuso su dominio unipolar por varias décadas. Su poder de gran policía del mundo está lejos de lo que fue y ya no puede decidir a su arbitrio lo que deben hacer los demás. Los del otro bloque Rusia-China-Irán-Corea del Norte y todos los que hacen fila en este bando, la han denominado “lucha contra la hegemonía unipolar de Occidente, por un nuevo orden multipolar”, es decir, con la presencia de dos, tres, cuatro o más potencias por participar en los mercados mundiales de manera “razonable”, “por consenso”, o si eso no es posible, por la fuerza. También en este bloque hay sonoros y atractivos enunciados tales como: por la “no intervención en los asuntos internos de cada país”; “por un nuevo orden mundial multipolar”; por la “defensa de la democracia y hasta del socialismo (claro está, socialismo al estilo Chávez-Maduro y otras variedades), en el que pudieron caber regímenes ultrarreaccionarios como el de Pinochet, la teocracia iraní, y caben por supuesto los reformistas actuales de Chile y el régimen “comunista” de Kim Gong Un. Con tal que se alineen contra el otro bloque, no hay ningún problema. Cabe preguntarles a los cabecillas de este bloque y a sus seguidores: ¿Y de qué les servirá a los millones de hambrientos y miserables del mundo que haya dos, tres, cuatro o más potencias imperialistas disputándose el reparto de la torta, mientras ellos, cada día reciben menos migajas? 

Esta gran confrontación global es la continuación y el resultado de otro período iniciado desde la década de los años 50 del siglo XX en otro escenario y con otras formas, una vez terminada la II Guerra Mundial; que 20 años después tomó cuerpo en las tan estrepitosamente publicitadas “apertura democrática”, “apertura de mercados” y su reluciente luz “vivificadora”: La Globalización, que tantos discursos “esperanzadores” derramó, deleitosos cambios produjo y expectativas alimentó en la fantasía, de los desheredados de siempre, y principalmente, en la inveterada credulidad de quienes esperan que un sistema como éste que ha hecho, hace y hará tantas atrocidades para sostenerse, por su propia voluntad se irá autoreformando hasta convertirse en un idílico paraíso, en el que no habrá ni buenos ni malos sino simplemente seres humanos llenos de bondad. 

Es resultado y remate de un gigantesco y monumental fracaso económico, político, social y cultural, pues esa “vivificadora” luz de la globalización solo encandiló al mundo ofreciendo prosperidad “para todos”, pero lo que la realidad muestra es que el hambre y la pobreza se agigantan en el mundo entero. El progreso para acabar con las desigualdades que prometió, no llegó, y en su lugar encontramos más concentración de riquezas en los círculos dominantes de las pocas potencias que se disputan el dominio mundial y élites que gobiernan los países que orbitan a su lado, es ya sencillamente abismal con respecto a la inmensa mayoría de la población del planeta. Aunque se atragantó de discursos sobre la apertura democrática, lo que los pueblos reciben, es cada vez más látigo y despojo hasta de su capacidad de sentir y pensar, de sus territorios como lo apreciamos a diario en las huestes humanas de migrantes, y la gigantesca expropiación de todas las posibilidades básicas para sobrevivir, como lo vemos en el caso del pueblo palestino. Encendió en la inocencia popular la llama ilusoria sobre las bondades de la apertura de mercados y, simultáneamente, los instintos primarios perversos de los promotores de esa política y en sus aliados y sirvientes; y sí, claro, ésta llegó, no para borrar las desigualdades y generar prosperidad “para todos”, sino para ensanchar y ahondar más esas desigualdades. Petrificó en la fantasía social la idea de que el libre mercado y la apertura de mercados traería crecimiento y abundancia “para todos”, como lo pudimos escuchar de boca del presidente argentino que acaba de posesionarse; y sí, claro, crecimiento económico promovido por este modelo neoliberal hubo en las décadas de los años 70, 80, 90 y primera del siglo XXI, ¿pero los patrimonios y bolcillos de quiénes fueron los que crecieron? El desempleo, la “informalidad”, el hambre y la miseria en la inmensa mayoría del planeta crecen y crecerán de manera alarmante. 

Esta confrontación global que estamos presenciando hoy entre estos dos bloques imperialistas es gigantesca, brutal y muy compleja. A estas alturas, no se reduce ni podemos verla simplemente como episodios aislados de guerras locales, como en cierta forma se dio en las décadas de los años 50, 60 y 70 del siglo XX. Obedece a estrategias políticas y militares globales que cada uno de los dos bloques ha diseñado para mantener el uno el dominio, o forzar el otro, el nuevo reparto de territorios, mercados, zonas de influencia, mano de obra y recursos naturales. 

En este forcejeo de gigantes en el cuadrilátero, el bloque EE. UU.-UE-Japón y sus aliados, buscando mantener a toda costa y a la fuerza su dominio “unipolar” con su cabecilla EE. UU., sin reparar en lo más mínimo en la violación flagrante de normas elementales del Derecho Internacional que tanto dicen defender, después de terminada la II Guerra Mundial, continuó creando fronteras, dividiendo pueblos y creando “Estados” (tradúzcase gobiernos títeres) en Corea del Sur, Vietnam y la Isla de Taiwán separándola de China; en Alemania y en la eurozona de los Balcanes con Yugoeslavia, para después hacer flecos la unión de esos pueblos y masacrarlos en la década de los años 90 del siglo XX, lo mismo que la continuación de su intervención y agresión al pueblo afgano; promoviendo, financiando y realizando, en alianza con fuerzas mercenarias ultraderechistas el golpe de Estado en Indonesia y la matanza de más de 300.000 miembros del Partido Comunista de ese país y luego, en Chile, con lo que ya conocemos ampliamente; imponiendo bloqueos económicos, políticos, militares y sanciones a diestra y siniestra contra diferentes pueblos y Estados en el momento en que estos no obedecieran sus órdenes como en los casos de Cuba y Albania; manteniendo regímenes reaccionarios para asegurar su dominio en África; fortaleciendo económica, política y militarmente instrumentos de agresión como los sionistas de Israel para agredir a los pueblos y Estados árabes como Irak y luego a Libia, Túnez y Siria; promoviendo, financiando, organizando y asesorando fuerzas mercenarias y neofascistas para poner nuevas fichas, controlar el gobierno en Ucrania y luego lanzarlo a la guerra contra uno de los cabecillas del otro bloque; instigando y dándole cobertura política y militar al carnicero de Gaza en las monstruosidades que ha estado cometiendo para mantener el control geopolítico de Oriente Medio. Esto solo para mencionar, al menos, los casos más conocidos en todo este trayecto histórico. 

El otro bloque imperialista Rusia-China-Irán-Corea del Norte, solo comienza a configurarse y actuar en calidad de tal, al iniciarse la segunda década del presente siglo XXI, después de los estragos causados por la crisis financiera de 2.008. Rusia había entrado en franca recuperación, después del colapso de los años 90 y primera década del siglo actual, y China iba en ascenso y expansión con un elevado índice de crecimiento económico. La crisis financiera del momento no afectó a estas economías de la misma manera que a las de Occidente. Como economías capitalistas que ya lo eran y con proyecciones imperialistas, no tenían otra opción que abrirse paso hacia, y, en la economía mundial, en abierta competencia y disputa con las otras economías imperialistas que ya lo eran desde principios del siglo XX, EE.UU.-UE-Japón, y principalmente con EE. UU., en su calidad de gran potencia con su dominio unipolar que había impuesto en buena medida, una vez terminada la II Guerra Mundial. EE. UU. apoyándose en sus aliados en Europa, Japón y todos los demás que hacían fila a su lado, en las élites dominantes tradicionales de los países que secundaban sus políticas, en los ejércitos convencionales y demás fuerzas reaccionarias legales e ilegales, en el gran poder del armamento nuclear que había acumulado desde y después de la II Guerra Mundial, montó todo un cerco militar contra Rusia en los países de Europa Oriental con su principal instrumento, la OTAN; intensificaba la guerra contra el pueblo vietnamita y la amenaza contra China; plagó de bases militares el Asia Suroriental; promovía golpes militares y gobiernos reaccionarios en África, Oriente Medio y América Latina. A todo este conjunto de acciones que eran de carácter político-militar y diplomático, hay que agregar el impulso y despliegue de la llamada “revolución verde” una vez terminada la guerra; luego, la poco conocida revolución tecno-científica, con sus consecuencias y, lo más importante, todo el paquete de políticas del libre comercio, condensado en lo que conocemos como el modelo neoliberal, que continúa dominando el quehacer económico y político a nivel internacional. Con estas dos últimas herramientas, consolidó su superioridad tecnológica, económica, política y militar y, en consecuencia, su dominio mundial, casi como única potencia que podía decidir qué era lo que debían hacer los demás. 

En lo que corresponde particularmente a Rusia, ésta, con el cambio de Dirección del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y, principalmente de orientación política, emprendió el camino de retorno al capitalismo, de restauración del sistema capitalista, apoyándose en todas las conquistas técnicas, de desarrollo económico, político, social, cultural y sicológico alcanzados por el proceso de construcción del sistema socialista, siendo en el momento la otra gran economía, sólida y fuerte con capacidad de competirle a EE. UU., y en el gran prestigio político que alcanzó por su destacada actuación en la II Guerra Mundial, sin perder tiempo, comenzó a perfilarse como otra gran potencia imperialista y a disputarse con los EE. UU., el dominio mundial, en las décadas de los años 50, 60, 70 y 80 del siglo XX, confrontación que en su momento, se le conoció como la “guerra fría” de “las dos superpotencias”. 

Haciendo uso a fondo de ese gran prestigio político por haber derrotado a los nazi-fascistas alemanes y salir victoriosos, impuso ese cambio de la política de construcción del Sistema Socialista a la gran mayoría de Partidos Comunistas a nivel internacional, a excepción de unos muy pocos que no la aceptaron; siguió usando muchas formas literarias, de organización y de trabajo para mantener la imagen ante los Partidos, grupos y sectores progresistas que habían poyado la lucha y el proceso interno, en especial, el nombre de Unión Soviética y Partido Comunista de la Unión Soviética, sin serlo ya; por eso, muchos sectores críticos, a nivel internacional, comenzaron a denominarlo e identificarlo, sin duda de modo incorrecto, como el “social-imperialismo soviético”; simuló y se presentó siempre como el más fiel y leal apoyo al pueblo vietnamita que estaba siendo sometido a intensos bombardeos, incendiando poblaciones, cultivos y bosques tropicales con fósforo blanco en persecución a los combatientes del Viet-con por la otra superpotencia. 

En su desenfrenada y frenética carrera por acabar con la construcción del Sistema Socialista e intensificar y avanzar en la restauración del Capitalismo para sostener la competencia por el dominio mundial en que ya se habían envuelto, renunció al apoyo a las luchas revolucionarias de los pueblos en el ámbito internacional, en unos casos empujando e impulsando a Partidos Comunistas como los de Indonesia y Chile a embarcarse en proyectos políticos electorales reformistas, y cuando las fuerzas reaccionarias en estos países en alianza con la otra superpotencia produjeron las matanzas de revolucionarios y de sectores políticos y sociales que los apoyaron, los abandonaron a su suerte y no hicieron absolutamente nada por proteger a las víctimas. En otros, como en África y América Latina manipulo y puso bajo su control a Movimientos Guerrilleros Revolucionarios al servicio de su política de expansión territorial y de disputa con la otra superpotencia, hasta que, al fin de la década de los años 80 del siglo XX, terminó “rompiéndose por donde se rompen las ollas artesanales de barro” (cerámica), colapsó, o como se decía en la época en lenguaje popular: “se desfondó”. 

En la década de los años 90 del siglo XX hubo de retirarse en gran parte del escenario internacional, lo que de ninguna manera significo el colapso definitivo o la ruina total de su economía y de sus construcciones políticas, sociales, militares, científicas y culturales. Lo dejado por el proceso de la revolución socialista fue grande. En 35-36 años, todos los pueblos que conformaron la Unión Soviética salieron del atraso con respecto al crecimiento y desarrollo de Europa Occidental, de la pobreza y la miseria, en especial de la población campesina numerosa y con un rendimiento de la fuerza de trabajo proverbialmente bajo, mínimo, que no le alcazaba para satisfacer sus necesidades básicas. Con esas bases que habían heredado, se recuperaron y al comenzar la segunda década del siglo XXI, volvió a pisar el escenario internacional, a reactivar la competencia con la otra superpotencia, que durante este lapso había impuesto su dominio único en el mundo. Y para hacerlo ahora, tenía que recuperar, hasta donde fuera posible, viejos aliados, pero, sobre todo, a abrirse paso recuperando y creando nuevos clientes que recepcionaran sus inversiones, comerciaran con sus productos, en algunos de los cuales eran fuertes, pudieran adquirir materias primas, colocar inversiones financiaras, y especialmente promoviendo la venta de equipo militar, renglón en el que se habían fortalecido repotenciando el anterior ya obsoleto, de acuerdo a las nuevas tecnologías. 

Por su lado, China que, a no dudarlo, en términos económicos, es hoy la segunda potencia que está en la disputa por el dominio mundial, hizo algo semejante a lo que hiciera la nueva dirección política en la Unión Soviética al comenzar la década de los años 50 del siglo XX, es decir, desechar, abandonar el proceso de construcción del socialismo, entrar en alianzas con los EE. UU. en 1.979 y emprender la puesta en marcha del programa político de la modernización capitalista de China, o lo que es lo mismo, renunciar a los pocos avances del socialismo y restaurar también el capitalismo. Pero el programa de “modernización de China” como lo pregonaron, no lo reducían solo al desarrollo y crecimiento del capitalismo al interior. Desde ese primer momento ya contenía el perfil básico de expansión para convertir a China en una gran potencia capitalista e imperialista. 

También China, gracias al proceso revolucionario antes y después de la llegada del Partido Comunista chino al poder y al apoyo de todas las fuerzas revolucionarias del mundo, pudo rodearse de un gran prestigio social y político. Entre otras cosas, porque se había labrado, con la ayuda de muchos adeptos en el exterior, la imagen de que “en China se construía un socialismo distinto, hecho con mucha delicadeza, pletórico de lozanía y frescura, tejido con guantes de seda, no como “ese comunismo tosco y burdo que existía en Rusia y la Unión Soviética”. Pero lo más importante es que, también en este caso, con la llegada al poder los comunistas, los revolucionarios y el pueblo organizado, China pudo superar el hambre y las pestes, ponerse en 30 años prácticamente a la altura de las economías de Occidente: Antes de la revolución, en China, el hambre y las pestes diezmaban poblaciones enteras, morían en masa centenares de miles de adultos, niños y ancianos. 

Y tampoco hay que dudar de que, en China, después de 1.979, se ha operado un crecimiento y desarrollo del capitalismo a un ritmo acelerado, llegando en algunos momentos a registrar crecimientos del PIB de hasta el 25% anual. ¿A costa de qué? De que disfruta de una inmensa masa laboral, de una gigantesca fuerza de trabajo, la gran mayoría de la cual ha construido y sigue construyendo ese poder económico, sobreviviendo con dos (2) dólares diarios, y en otros casos, como se sabe, sometida en gigantescas fábricas flotantes que operan en alta mar en condiciones de esclavitud. Así ha sido, es y seguirá siendo el capitalismo mientras exista. Ese no es, como reza el adagio popular, “un cuento chino”, sino un asombroso “milagro” urdido con el sudor y sufrimiento de miles de millones de trabajadores condenados a padecer en el purgatorio sin poder descender más abajo para acabarse de quemar y menos salir de allí, por ahora, para escapar al tormento. 

Muchas personas con algo de información sobre estos procesos, se preguntan: ¿Por qué o cómo ha sido posible que Rusia y China se acerquen y unifiquen cada vez más en otro bloque para disputarse el dominio mundial, después de haber tenido posiciones tan opuestas durante los años 50, 60 y 70 del siglo XX? La razón simple y sencilla es que ambas son economías capitalistas fuertes con proyecciones imperialistas. Ninguna economía capitalista que pretenda consolidarse como potencia imperialista, puede prescindir o renunciar al mercado exterior, a explotar a otros pueblos y extraer grandes riquezas de ellos. Al momento de perfilarse Rusia y China como potencias imperialistas el mundo ya estaba repartido entre las otras potencias tradicionales y en manos de un solo árbitro, EE. UU. La única posibilidad de ir desalojando a estos de diferentes posiciones era conformar otro bloque fuerte, unirse alrededor de ese propósito e ir ganando espacios. 

¿Qué características reviste esta confrontación global de estos dos bloques por el dominio del mundo? a) Obedece a estrategias político-militares y diplomáticas cuidadosamente diseñadas e integrales que van desde la esfera económica en la disputa por mercados, materias primas, espacios geográficos estratégicos, recursos naturales y humanos, disputa financiera y dominio territorial. b) Diseño de políticas específicas, de acuerdo a las condiciones de las diferentes situaciones para aprovechar cualquier oportunidad y/o afinidad para consolidar posiciones, ganar más aliados en la mayoría de países, sobre todo en los dependientes y sus gobiernos para ponerlos a su lado los unos o, mantener esa influencia, los otros. c) Después de la crisis financiera de 2.008 que afectó a toda la economía global, el crecimiento comenzó a descender y detenerse, de manera más acentuada a partir del inicio de esta tercera década del presente siglo, conduciendo a los bloques en contienda a una mayor agudización de su disputa y confrontación, y de hecho, acentuando la carrera armamentista, el rearme de lado y lado y a la militarización de la economía, puesto que ese armamentismo es el que les permite dinamizar el aparato productivo y los mercados. d) En consecuencia se intensifica la preparación militar para pasar a una nueva etapa de confrontación bélica, siguiendo por el momento el libreto táctico de promoción de las guerras locales, según las necesidades y conveniencias, para lo cual han privilegiado el rearme general repotenciando el armamento obsoleto, aumentando desmesuradamente la capacidad de fuego disponible y los presupuestos de guerra, fortaleciendo los ejércitos convencionales, pero de manera especial, los ejércitos irregulares, las bandas de mercenarios y el paramilitarismo como modalidad táctico-operativa, haciéndole el esguince a los controles y conflictos legales, y lo más peligroso: rompiendo los tratados de control de armas nucleares que habían impuesto los EE. UU., lo que llevará, de no haber un cambio significativo, a una nueva carrera por la superioridad nuclear y ya no solo al chantaje de lado y lado, sino al riesgo inminente de aniquilamiento de la humanidad. e) Despliegue de una intensa actividad política y diplomática por parte del bloque ruso-chino en dirección a acercarse, hacer alianzas y establecer nexos de todo tipo con muy diversas fuerzas sociales y políticas, no importa el carácter que tengan, siempre y cuando sean susceptibles de enfrentarlas contra el otro bloque, todo está bien. f) Estas son algunas de las razones por las que hemos planteado que nos encontramos ante el pleno auge de la decadencia en todos los sentidos. En términos políticos, no importan las peores expresiones de regímenes oscurantistas, reaccionarios y carniceros o, progresistas, reformistas y populistas, si son susceptibles de enfrentar al otro bloque, todo está bien. En términos humanísticos, la decadencia es realmente bárbara. Todos los días vemos como el hambre y la miseria desocupa pueblos y territorios, las guerras, por ahora locales, dejan los tendales de muertos y contribuyen a engrosar las huestes de los que huyen, mientras en los campos desolados aparecen las terroríficas escenas de destrucción de la naturaleza. Y en términos culturales, desde la década de los años 50 en adelante, se han venido recuperando y fortaleciendo las formas culturales más obsoletas, retrógradas y reaccionarias, comenzado por los fanatismos religiosos y la irracionalidad. 

En esta gigantesca y compleja confrontación, a menudo los verdaderos enemigos de los cambios que necesitan los pueblos, se nos desaparecen unos, y aparecen otros presentándose como amigos. Caracterizamos y personificamos a unos identificándolos como los “únicos malos”, mientras toda la fuerza que rodea a esos “únicos” se nos diluye y quedamos sin saber dónde reaparecerán. Y no faltan casos en que tomamos como enemigos a los amigos o que pueden ser amigos. Dirigimos nuestras acciones a enfrentar y golpear a los que no son y dejamos a los que sí son, bien tranquilos, agazapados y a buen recaudo por nuestra ceguera política. Gastamos mucho esfuerzo en mostrar fuerza atacando a quienes no son realmente los enemigos, y frente a los que sí son, somos frágiles, y a veces, deliberadamente agrandamos nuestra fragilidad. 

En esta complejidad, sin lugar a dudas, estamos expuestos a equivocarnos y cometer errores, sobre todo, si carecemos de fundamentos teóricos sólidos y de un mínimo de experiencias aprendidas tanto de lo que hemos hecho, como de la Historia del desarrollo social. Nada obtendremos creyendo que, con solo cambiarle el nombre a las cosas, a los problemas y a los hechos, ya hemos logrado deshacernos de ellos. La realidad, por muy dura que se presente, hay que llamarla por su nombre, analizarla como es, como se presenta y enfrentarla como hay que enfrentarla: estudiándola, comprendiéndola y transformándola con las herramientas que nos proporciona el conocimiento objetivo y real de sus características esenciales. No hay más camino para avanzar. 


EL FARO SOCIAL 

Popayán, enero 30/2.024

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